El mismo bastoncillo que se usa regularmente en las citologías para detectar precozmente el cáncer de cuello de útero podría ampliar su utilidad a otros tumores.
Según publica esta semana la revista ‘Science Traslational Medicine’, en un futuro podría servir para identificar a tiempo tumores de ovario y de endometrio.
El hallazgo lleva la firma de Luis Díaz, profesor de Oncología en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EEUU), en colaboración con investigadores del Instituto del Cáncer de Sao Paulo (Brasil).
Sus trabajos han permitido detectar en el cuello del útero (cérvix) células de tumores de ovario y endometrio que ‘escaparon’ hacia el exterior; y mediante un análisis genético, determinar con precisión qué mujeres sufrían o no estas enfermedades.
El investigador Luis Díaz.
Para ello, realizaron primero una búsqueda exhaustiva de las principales mutaciones genéticas causantes de estas dos enfermedades (que juntas representan 200.000 muertes anuales en todo el mundo). Una vez determinadas las principales alteraciones en un total de 12 genes, diseñaron una pequeña plataforma de análisis genético capaz de analizar las muestras de células obtenidas mediante la citología.
En las 46 muestras de pacientes que analizaron, los científicos tuvieron un 100% de aciertos a la hora de detectar qué mujeres padecían cáncer de endometrio. En el caso de tumores ováricos, la efectividad del test se redujo al 41%, por una cuestión anatómica, como explica Díaz a ELMUNDO.es: “La distancia del ovario con el cuello del útero es mayor y las células tardan más en llegar, o directamente no llegan”. En cambio, el endometrio, la capa de tejido que recubre el interior del útero, está mucho más accesible desde el exterior.
Precisamente por estas cifras, el doctor Antonio González, portavoz de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), se muestra muy cauto con los resultados. “Es un trabajo interesante, pero muy preliminar; sobre todo en el caso del ovario. Una técnica con sólo un 40% de aciertos no sé si es una buena técnica de detección precoz”, señala.
A juicio de este especialista en tumores ginecológicos, cada vez se conocen mejor los diferentes subtipos de tumores de ovarios, cada uno con sus propias alteraciones moleculares, “y si en cinco años conocemos nuevas mutaciones, con mayor precisión, el test tendrá que ir evolucionando”, advierte.
Aunque también son cautos, los autores de un editorial en la misma revista (Shannnon Westin, Gordon Mills y Andrea Myers; del MD Anderson de Houston, EEUU) recuerdan que en la actualidad no existe ninguna prueba capaz de detectar precozmente estas enfermedades.
En el caso del endometrio, sangrados irregulares en mujeres menopáusicas pueden alertar de su presencia en fases aún curables, pero el de ovario suele comportarse manera asintomática hasta que ya ha progresado.
Futuras investigaciones
Como admiten los propios autores, los siguientes pasos les obligarán a replicar sus resultados en una muestra mucho más amplia (ya casi han reclutado a 100.000 mujeres). También deberán ampliar el número de mutaciones a analizar, repetir la prueba en diferentes momentos del ciclo menstrual, tratar de llegar con el bastoncillo a mayor profundidad del cérvix, mejorar el porcentaje de aciertos en el caso del cáncer de ovario y reducir el precio de la tecnología para hacerla fácilmente accesible.
“Actualmente, el ‘PapGene’ tiene un coste similar a una citología convencional [unos 100 dólares la muestra, es decir, unos 76 euros]; pero si el precio de la tecnología sigue bajando podríamos estar hablando de unos 10 dólares [7,6 euros] de aquí a un año”, apunta Díaz.
De momento, sus resultados tras año y medio de trabajo son una ventana de esperanza en un terreno en el que todos los intentos anteriores por lograr un método de detección precoz han fallado.
En España se diagnostican al año unos 3.300 casos de cáncer de ovario (y unas 1.900 muertes), el sexto más frecuente en mujeres. En cuanto al endometrio, las estadísticas hablan de 4.000 casos nuevos anuales y unos 800 fallecimientos en nuestro país. Entre los dos causan al año 200.000 muertes en todo el mundo.